«El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo»

 100 años de «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo»

Lenin


Un manual de estrategia y táctica.


Francoise Sabado, 
Paris Francia


La crisis del capitalismo, consecuencia desastrosa de las políticas aplicadas tanto por la derecha como por la izquierda desde los años ochenta, conduce a un número creciente de gentes a interesarse de nuevo por las ideas de Karl Marx y, en particular, por su crítica de la economía política.


Desde las dudas sobre los fundamentos del capitalismo hasta la crítica del neoliberalismo, pasando por la voluntad de romper con el capitalismo, se plantea una gran batería de interrogantes. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar y con quién? ¿Cómo pasar de la denuncia y el rechazo a la ruptura con el capitalismo? ¿Qué papeles pueden y deben jugar en las asociaciones, los sindicatos, los partidos políticos, los militantes, las mujeres y los hombres de izquierdas que desean romper con el capitalismo?


Es a ellas y a ellos a quienes se dirige Lenin. Popular en el mejor sentido del término, pretendía ser leído por el mayor número posible de gentes. Escrito con un lenguaje simple y claro, cada idea es ilustrada con ejemplos. Simple pero no simplista, Lenin cumple aquí una verdadera proeza. El subtítulo de la obra, «Ensayo de discusión popular sobre la estrategia y la táctica marxista», indica claramente la herencia asumida y reivindicada.


Hoy en día sigue estando de moda rechazar a Lenin en el fárrago de lo que bien podríamos denominar «la contrarrevolución estaliniana». Así pues, la ecuación Lenin=Stalin=Gulag sirve a menudo a mucha gente para desacreditar definitivamente a Lenin. Nosotros no somos de estos. Al contrario, hoy es urgente revisitar críticamente la obra y la acción de Lenin (1870-1924) antes, durante y después de la Revolución rusa. En ningún caso debemos poner al mismo nivel a Lenin, aún con sus debilidades, sus errores y sus culpas, y a Stalin (1879-1953), quien liquidó la Revolución rusa, eliminó a sus principales dirigentes a partir de 1927 y posteriormente instauró una dictadura personal fundada en el terror de masas.


Lenin, la Revolución de Octubre y los países europeos

Lenin era, ante todo, un hombre que desde su juventud estaba obsesionado por la idea de derrocar el orden establecido. Consciente de la necesidad de combinar tácticas y estrategia para derrocar el orden capitalista, fue el primero en poner en marcha tácticas audaces y variadas.

Para Lenin, a partir de octubre de 1917, la divisoria de aguas en el movimiento obrero mundial es la solidaridad, el apoyo, la identificación con la Revolución rusa. Los campos se delimitan: a favor o en contra de la Revolución rusa, hay que elegir. Por un lado, la socialdemocracia que se opone a la Revolución Bolchevique y traiciona la Revolución alemana de 1918; por otro, el agrupamiento de los revolucionarios de todas las tendencias: comunistas, consejistas, sindicalistas revolucionarios, socialistas de izquierdas, sin partido.


El movimiento obrero, sometido desde entonces al doble efecto de la guerra y la Revolución rusa, conoce procesos de reorganización gigantescos: rupturas, fracturas, diferenciaciones, aproximaciones, fusiones marcan la vida cotidiana de millones de hombres y mujeres. Las vidas, las conciencias, los compromisos conocen profundas alteraciones. El entusiasmo revolucionario empuja a centenares de miles de militantes a abandonar las viejas casas reformistas para adherirse a los nuevos partidos comunistas. Esos procesos de recomposición no tienen precedentes. Guardan una proporción con la onda de choque de la Revolución rusa. La delimitación con la socialdemocracia es capital. Es el acto fundador de un nuevo movimiento obrero con la fundación de la III Internacional.


Pero, muy pronto, los avatares políticos en cada país exigen respuestas más complejas. El apoyo a la Revolución rusa debe ir acompañado de tácticas polí- ticas nuevas, de acontecimientos y de tareas, de contenidos que dan cuerpo aquí y ahora a una estrategia de conquista del poder. Redactadas al calor del ascenso revolucionario de los años 1920, Lenin nos libra las lecciones extraídas de su experiencia personal y de la principal corriente marxista de la socialdemocracia rusa: los bolcheviques antes, durante y después de la Revolución rusa de 1917.


Lenin ayer y hoy

Lenin y los revolucionarios rusos están confrontados al desarrollo de izquierdas comunistas o de «ultraizquierdas» en los grandes centros del movimiento obrero europeo, en Alemania, en Inglaterra y en Italia. Lleva- dos por su entusiasmo, estos comunistas de izquierda o «consejistas» quieren quemar etapas. Rechazan la participación en las elecciones burguesas y decretan que las viejas formas políticas de los partidos y los sindicatos están superadas por nuevas uniones obreras.

Para Lenin, son izquierdistas. Simpatiza con ellos porque apoyan la Revolución rusa, pero sus posiciones políticas conducen directamente a un callejón sin salida, cuando no a una catástrofe política, al aislar a los revolucionarios de la masa de los trabajadores y las clases populares. Este combate contra el izquierdismo cobrará todavía más fuerza en 1921, durante el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, contra el aventurerismo de ciertos sectores del Partido Comunista Alemán y el sectarismo de los comunistas italianos, dirigidos por Bordiga.


Esta dimensión coyuntural y polémica va a aportar el título coyuntural del libro: La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo; pero, en realidad, el texto va mucho más allá. Es también, y sobre todo, una formidable lección sobre la necesidad de una reflexión original y no dogmática sobre las cuestiones tácticas y estratégicas de las y los que quieren romper con el capitalismo. Buen número de cuestiones son abordadas en él: los problemas del reformismo, las relaciones entre el parlamentarismo y la política, el papel de los sindica- tos, la necesidad de alcanzar compromisos, el papel del partido y de su dirección, el carácter de la revolución. Otros están ausentes, como la de las relaciones entre la democracia y el socialismo.


¿Por qué leer, releer y discutir este texto de  Lenin? ¿No está ya obsoleto un centenar de años más tarde? ¿Las cuestiones planteadas no son acaso más bien las del siglo pasado (el corto siglo XX de 1914 a 1991)? ¿No está marcado por la fuerza propulsiva de la Revolución rusa de octubre de 1917? Ciertas palabras y ciertas fórmulas están históricamente connotadas, superadas, léase que son a veces erróneas –vistas con perspectiva histórica–. Pero las cuestiones planteadas por Lenin han ocupado y siguen ocupando un lugar central de las tácticas y de la estrategia que hay que actualizar y redefinir hoy para romper con el capitalismo.


¿Qué es una revolución?

La Revolución rusa sigue siendo un referente político. Encarna la primera revolución socialista a escala mundial, en el sentido en que los bolcheviques son, según Rosa Luxemburg, los que «se han atrevido», los que han osado derrocar el zarismo, osado derribar el poder de las clases dominantes, romper con el capitalismo y conquistar el poder. Y todavía guarda esta significación.

Pero no se limitó a ser un gran día, y menos aún un golpe de Estado. La Revolución rusa, como toda revo- lución, es la irrupción de las masas en la escena política y social, y también el resultado de todo un proceso desarrollado a lo largo de los años de preparación de la Revolución. Lenin lo evoca en estos términos:


Ningún país en estos quince años (1902-1917) —y subrayo quince años— ha conocido, ni siquiera remotamente, una vida tan intensa en relación con la experiencia revolucionaria, la velocidad a la que se sucedieron las diversas formas del movimiento, legal o ilegal, pacífico o tempestuoso, clandestino u oficial, círculos o movimiento de masas, parlamentario o terrorista. Nunca ha habido una concentración tan rica de formas, de matices, de métodos en la lucha entre todas las clases de la sociedad contemporánea.


Subraya que las crisis revolucionarias son «crisis nacionales» que no son exclusivamente el resultado de la actividad de la clase obrera sino también de «una crisis de conjunto de la sociedad y de las clases». Incluso lo precisa explicando que una situación revolucionaria estalla cuando «los de abajo ya no quieren», «los de arriba ya no pueden» y «los de en medio basculan con los de abajo» sin negar la importancia de la conciencia y de los partidos revolucionarios.


Alejado de todo dogmatismo, dijo que la chispa podía brotar del haz de chispas que el capitalismo genera con los trastornos incesantes que lo acompañan. Lejos de toda visión puramente económica, cita el affaire Dreyfus que en Francia condujo al país al borde de la guerra civil. El acontecimiento revolucionario debe ser preparado, no porque se oponga a la reforma, sino porque la Historia lo ha demostrado. Cuando las reformas consecuentes defienden un reparto igualitario de la riqueza y ponen en cuestión la propiedad del capital, las clases dominantes no aceptan la voluntad de la mayoría. Desencadenan su violencia contra los oprimidos, hasta el punto de violar su propia legalidad, como por ejemplo en Chile en 1973; hay que preparar, y prepararnos, para la confrontación, para el enfrentamiento.


Más allá de las características generales de la Revolución rusa, insiste en las especificidades de cada situación política particular en cada revolución. Vuelve en varias ocasiones sobre el hecho de que «fue fácil en Rusia empezar la revolución socialista, mientras que será más difícil que en los países de Europa continuarla y llevarla a buen puerto». Subraya entre líneas la mayor dificultad de conquistar el poder en Occidente: «Crear en los parlamentos de Europa una fracción parlamentaria auténticamente revolucionaria es infinitamente más difícil que en Rusia». A su manera, Lenin captaba las diferencias entre Oriente y Occidente, si bien este debate no asume todavía todas las dimensiones que tendrá en el futuro, en particular con Gramsci.


Esto último pone el acento en las «fases preparatorias de la revolución», sobre la necesidad de una «conquista de la hegemonía» —social, política y cultural— por las clases dominadas en las que estas muestren la superioridad de la «gestión obrera o social» y de su «democracia y autogestión socialista» sobre la dominación de la economía capitalista y del Estado burgués. Este proceso culmina durante las crisis revolucionarias o en las fases de doble poder que se desatan mediante una confrontación en la que, frente a la violencia de los de arriba, los de abajo deben destruir la vieja maquinaria del Estado. Trotsky retoma esta reflexión en el Programa de transición en 1938:


Hay que ayudar a las masas en los procesos de su lucha cotidiana a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución social. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, que partan de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera y que conduzcan invariablemente a un única conclusión: la conquista del poder por el proletariado.


Los interrogantes de Lenin reverberan a lo largo del siglo a través de las experiencias revolucionarias europeas, como las de los países llamados del «tercer mundo», en las revoluciones alemana e italiana de los años 1920, con la huelga general de junio de 1936 en Francia, la Revolución española de julio de 1936, durante los ascensos revolucionarios tras la Segunda Guerra Mundial y las revoluciones en los países coloniales o semicoloniales, en las experiencias revolucionarias de finales de los años 1960 en Francia y el sur de Europa. Algunas de estas revoluciones fueron implacablemente reprimidas por la policía y el ejército al servicio de la burguesía. Otras fueron devoradas por el cáncer burocrático o nacionalista. La contrarrevolución estalinista hasta masacró la bella idea del comunismo.


En esta confrontación histórica, el capitalismo ha demostrado hasta el momento que sigue siendo más fuerte. Incluso durante sus crisis históricas ha conseguido reponerse, encontrar una salida a la crisis y ponerse de nuevo en marcha, a menudo ayudado por las burocracias reformistas que optan por la defensa de sus propios intereses y de los de los capitalistas más que los de las clases populares. ¿Por qué, pues, retomar estos debates un siglo después de la Revolución rusa?


Estamos en una nuevo periodo histórico. Cierto, hoy no se da una «actualidad de la revolución» como durante los años veinte o una situación como la de 1968 en el sur de Europa. Incluso se da un enorme desfase entre la profundidad de la crisis del sistema capitalista mundial y la debilidad del movimiento anticapitalista internacional, si bien el sistema se está viendo sacudido por el desarrollo de luchas o por movimientos sociales como el movimiento altermundialista.


¡En China, en Estados Unidos y en Rusia, por razones diversas, no podemos más que constatar la debilidad de los movimientos revolucionarios! Resumiendo, los contestatarios, los revolucionarios de hoy, dadas unas correlaciones de fuerzas desfavorables, son revolucionarios sin revolución. Pero, si bien no vivimos una coyuntura revolucionaria, la crisis de civilización que conoce el mundo capitalista en todas sus dimensiones —económica, social, ecológica y política— muestra que la época ciertamente podría ser de ruptura con el capitalismo. Si la gravedad de la crisis actual del sistema capitalista plantea de nuevo la cuestión de romper con el capitalismo, es explícitamente el modo en que Marx planteaba el problema en los Grundisse:


En un determinado estadio de su desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, por usar la equivalente expresión jurídica, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de dichas fuerzas. Entonces se abre una época de revolución social.

Democracia: Constitución y Elecciones

 


Democracia: Constitución y Elecciones

Fabricio 26/6/2025

Hay situaciones que nos pueden sorprender por la capacidad que tiene la apariencia para ocultar la realidad y reemplazarla, hasta implantarse como un hecho que socialmente se asume como natural y eterna.  

El hecho, se subsume en la interpretación, descripción y concepto y esta cargada de direccionalidad y de propósito. El capitalismo como hecho, se sustenta en la apropiaciòn del trabajo ajeno para acumular y concentrar riqueza, que oculta construyendo sus propias apariencias y fetiches: las relaciones humanas, adquieren formas entre cosas (mercancias), las relaciones sociales se cosifican y la autoridad de la burguesía organizada como Estado, adquiere forma de Democracia y Libertad.

De este modo, el poder de la burguesìa encuentra en la Democracia, el mecanismo para que su autoridad se manifieste como sistemas administrativos y legales, creados para solucionar demandas y conflictos sociales, con lo que logra diluir el despotismo del capital en la imagen de un sistema igualitario y universal, al que estan sometidos los ciudadanos independientemente de su condición económica y posición política. 

A partir de la imagen de igualdad, establecido como regimen democràtico, el poder político, representado por el Estado y concretamente por el Gobierno (respensable del manejo del Estado, en un momento històrico determinado) dicta y ejecuta políticas, las que invariablemente se orientan a consolidar proyectos econòmicos concretos, orientados a la ganancia y acumulación de riqueza.

Esta Democracia se levanta sobre dos ejes fundamentales: la constitución y el sufragio, que evolucionan constantemente por los cambios que se operan en: 

a) los sistemas económicos, sociales y políticos; 

b) la interrelación de fuerzas al interior de la burguesía; 

c) el conflicto entre la clases sociales; que tiene como fin: legitimar el poder del capital y los procesos de acumulaciòn, limitar las expresiones de rechazo a las decisiones políticas y a los sistemas econòmicos expoliadores e impedir y obstruir el fortalecimiento de la organización popular.  

En el Ecuador desde el origen de la República se han institucionalizado 22 constituciones, con orientaciones políticas diferentes; todas, sin excepción, apuntando a conservar el sistema de reproducción econòmica y social vigente, incluyento las posturas progresistas, que, en su tiempo, con el empuje de la organización de los trabajadores y su sacrificio, lograron mejorar las condiciones de trabajo (derecho a la organización laboral, a la estabilidad laboral), siempre con oposiciòn del la derecha tradicional y el Estado. Reformas que se institucionalizan como propias del quehacer democràtico.

En el Ecuador, las reformas establecidas en las constituciones (con sello Aristocràtico patriarcal), generalmente resultan de la presión orgánica de las clases populares y de la incidencia política que mantienen  sobre el conjunto social, esta dinámica logró, por ejemplo, que en la constitución de 1890 se estableciera por primera vez el “sufragio universal masculino” producto del fortalecimiento de las posiciones librerales y anticonservadoras; en 1929, luego de luchas en la que sobresale Matilde Hidalgo, se establece la participación de la mujer en los procesos electorales, en 1978 se declara ciudadanos a los analfabetos con capacidad de votar y en el 2008 se instituye el carácter Democrático del Estado y “que la soberanía radica en el pueblo”; mediante, un solo acto premitido por la democracia “el voto”, parar “elegir” a candidatos preseleccionados por los grupos económicos y sus organizaciones políticas. 

El sufragio, como se evidencia, se presenta como la entrega de soberanías, que arrancan desde el ciudadano “soberano” que en sufragios “soberanos” elige y entrega la soberanìa a los candidatos para dirgir “los destinos del paìs”; esta dinámica compleja y  llena de soberanìas se reduce a “definir” a los futuros gobernantes, de entre los candidatos que previamente fueron predesignados. 

En este juego, los procesos electorales, logran ratificar el poder y el control de una clase sobre la sociedad, legitima a la democracia como sistema político único e irremplazable, validan la dominación y el control pólítico del Capital sobre el trabajo,  resuelven momentaneamente las contradicciones económicas y políticas al interior de la burguesía, mediante negociaciones poselectorales, con la subordinaciòn de “las minorías” parlamentarias al bloque triunfador, a cambio del control parcial de la institucionalidad Estatal, que posibilita contrataciones económicas con el Estado, que es una de las fuentes importantes de acumulación de capital en el país.

Los “pilares de la democracia”, que sobreviven entre la deslegitimación y la espectativa del deber ser democratico, posibilita el permanente cambio de contenidos políticos y legales a la vez que renueva la esperanza de la perfectibilidad futura, hasta llegar a ser una entelequia de contemplaciòn; como las imágenes religiosas expuestas en el templo para la adoración de los fieles, como sujetos depositarios de fe; hoy la imagen se presenta mercantilizada, en templos cerrados, con entradas pagadas, para ser admiradas como eventos esteticos, como objetos destacados por la habilidad del artista, la unicidad de la obra y su aura. Se pierde la representaciòn religiosa y perdura la estetica, igual que la democracia, se la mira desde lejos, como una abstracción,  que se mantienen como imagen. 


 



ESTADO Y AUTONOMIA

 


Estado y autonomia relativa del estado.

fabricio 2025   

El Estado como organización política superpuesta a la sociedad, expresa el interes colectivo de las clases dominantes y se presenta formalmente como la encarnación del interés colectivo de una nación; este doble juego le permite al capital ejercer control sobre el trabajo para reproducir procesos de acumulación y concentración de riqueza, a la vez que generaliza y profundiza la pobreza en la mayoría de la población, bajo el concepto de desarrollo. Podríamos decirlo de otra manera, el Estado condensa el poder de unos sobre otros y se anuncia como representante de toda la sociedad, para garantizar, con la aceptación de los explotados, el enriquecimiento de los propietarios del capital.

De esta manera, el estado oculta su verdadero rol, presentandose como instiucionalidad política que actúa con neutralidad respecto a los conflictos sociales y como referente del bien común, representación que la sociedad rechaza o asume en función de los niveles de conflictividad entre fracciones de la clase doiminante y de la capacidad de organica y de resistencia de las organizaciones populares, a las decisones políticas gubernamentales. 

En rigor, el Estado consolida altos grados de autonomía, cuando existen acuerdos sólidos en el bloque de poder y debilidad orgánica y baja capacidad de respuesta de los movimientos sociales (ausencia de contrapoder), permtiendo que las decisiones gubernamentales basadas en intereses concretos de los grupos de poder económicos, fluyan sin réplica en la sociedad, mediante sistemas de gestión creadas y permanentemente renovadas  para este propósito (el Estado no se reduce a la gestión institucional, al contrario, la institucionalidad es construida para ejercer la acción eficiente del poder del capital sobre el trabajo en todas sus formas y expresiones, bajo formas de gobierno).

Los gobiernos independientemente de sus caracteristicas, son los responsables del manejo del Estado en un momento histórico concreto y su conformación resulta de las dinamicas de negociación y acuerdos de las fuerzas (poderes) económicas, sociales y políticas que conviven en conflicto en la sociedad, proceso que se oculta con la aparente decisión de los ciudadanos en los procesos electorales, en este sentido los gobiernos, que tienen la competencia de decidir sobre la direccionalidad de la política pública, se fundamentan en estructuras compuestas por intereses múltiples con dinámicas altamente inestables, que dificulta al gobierno, mantener la tan decantada soberanía estatal, respecto a la sociedad.

SOBERANIA DEL ESTADO/GOBIERNO EN EL ECUADOR

CUANDO EL FUTURO PARECE IMPOSIBLE:

 CUANDO EL FUTURO PARECE IMPOSIBLE:

OSWALDO GALARZA


Reimaginar, desear y construir desde abajo     

Entre la niebla del presente y el deseo de futuro, florece la política como esperanza colectiva.


1. Un tiempo sin promesa: el mundo sin esperanza

Vivimos una época donde el futuro se ha vuelto una amenaza en lugar de una promesa. La historia parece detenida y el presente, lleno de miedo, precariedad y despojo, nos cae encima como un muro que impide mirar más allá. No es solo que falte justicia; es que nos han quitado incluso la posibilidad de imaginar otra vida. Estamos en un tiempo de desencanto profundo: no porque no suframos, sino porque nos han hecho creer que nada puede cambiar.

Este clima de resignación ha instalado una sensación de fatalidad: que todo está dicho, que no hay salida, que ningún proyecto colectivo vale la pena. Es lo que Mark Fisher llamó “realismo capitalista”, pero hoy va más allá: ya no se trata solo de cerrar caminos, sino de adormecer el deseo mismo de buscarlos. Mientras tanto, se multiplican las falsas salidas y las promesas vacías que solo alimentan la desmovilización.

2. Repolitizar el futuro: volver a soñar desde abajo

Por eso, hoy más que nunca, necesitamos recuperar el derecho a imaginar. Repolitizar el futuro no es un lujo teórico: es una urgencia vital. Necesitamos soñar en colectivo, armar utopías que no se sostengan en dogmas ni promesas abstractas, sino que nazcan desde las luchas concretas, desde el dolor y la esperanza de nuestros pueblos. Como decía Paul Ricoeur, la utopía no es una evasión, sino una crítica al presente desde la posibilidad de otro mundo.

En esta línea, Ernst Bloch rescata el papel de la esperanza como fuerza anticipadora hablaba del "aún no": ese deseo que todavía no ha tomado forma, pero que nos mueve a actuar. La esperanza, bien entendida, no es pasividad sino impulso transformador. Enrique Dussel,  desde una perspectiva decolonial desde América Latina, nos recuerda que la utopía verdadera nace desde la exclusión, desde los márgenes, desde quienes han sido negados por el sistema y, sin embargo, insisten en construir futuro.

También es clave entender que los mundos no se transforman solo con recursos, sino con sentidos. Cornelius Castoriadis nos dice que cada sociedad se teje con imaginarios que nos hacen creer que todo es natural, inamovible, que naturalizan el orden establecido Romper con esa ficción, desarmar sus ficciones hegemónicas, abrir espacio para lo nuevo, es parte esencial del cambio.

Y como sugería Walter Benjamin, a veces hay que mirar la historia "a contrapelo",  interrumpir la narrativa lineal del progreso para leer en los fragmentos del pasado los signos de una redención todavía posible, no para idealizar el pasado, sino para rescatar esas chispas que siguen vivas, esas luchas no acabadas que aún pueden encender el porvenir.

Repolitizar el futuro no es construir castillos en el aire, no es proyectar ilusiones ingenuas. Es afilar la mirada, ensanchar los horizontes y levantar la voz para decir: otro mundo no solo es posible, sino necesario. Y lo haremos desde abajo, con lo que somos, con lo que soñamos, con lo que luchamos.

3. Descolonizar el deseo: desmontar los ídolos del presente

Pero no basta con imaginar futuros distintos si seguimos deseando con los moldes del sistema. El capitalismo no solo domina por la fuerza o el dinero, sino porque ha colonizado nuestras formas de sentir, de pensar, de desear. Nos enseñó a admirar la competencia, el éxito individual, el consumo como forma de felicidad. Y a temer la fragilidad, el cuidado, la lentitud, la vida común.

Descolonizar la imaginación política también implica descolonizar el deseo: liberar nuestra capacidad de anhelar otras formas de vida. No se trata solo de criticar lo que existe, sino de cultivar sensibilidades nuevas, que nos permitan desear lo que aún no existe pero ya late en las prácticas solidarias, en las resistencias anónimas, en las redes comunitarias que sobreviven entre las ruinas del capital.

Frente al deseo neoliberal, que promete libertad pero encadena a la lógica del rendimiento, necesitamos reaprender a desear en común. Reencantar el mundo no es volver al pasado, sino abrir espacio a lo que todavía no tiene nombre, pero ya se intuye en el corazón de nuestras luchas.

4. Hacia una política de la esperanza colectiva

La esperanza no es ingenuidad, es coraje. No es esperar que algo ocurra, sino crear las condiciones para que ocurra. Frente al poder que somete, necesitamos reapropiarnos del poder de hacer, de la construcción del poder desde abajo. Frente a la maquinaria del miedo, necesitamos construir espacios de sentido, de afecto y de organización popular.

Hoy más que nunca, urge una política que no se limite a gestionar la crisis, sino que encienda el deseo de transformación. Una política que escuche, que abrace, que imagine. Una política que no tema decir que la ternura es también una fuerza revolucionaria.

La niebla del presente no se disipa sola: se disipa caminando, creando, organizando. Porque entre la niebla también hay faros. Y porque el deseo de futuro, si se vuelve colectivo, puede ser la chispa que abra nuevos amaneceres.


Bibliografía

Benjamin, Walter. Tesis sobre la historia. En: Iluminaciones. Taurus, 2008.

Bloch, Ernst. El principio esperanza. Traducción de J. Sacristán, Trotta, 2007.

Castoriadis, Cornelius. La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets, 1993.

Dussel, Enrique. Filosofía de la liberación. Ediciones Sígueme, 1998.

Ricoeur, Paul. Lecturas sobre la ideología y la utopía. Edición de George H. Taylor, Columbia University Press, 1986.





VIGENCIA DEL SOCIALISMO

 EL SOCIALISMO ESTA VIGENTE


Estado centralista y autoritario

Bayardo Tobar


En el Ecuador, la centralidad del Estado y la concentración del poder en el ejecutivo  existen desde antes de que aparezca el socialismo científico, como le llamó Federico Engels, y  desde antes de que triunfe la revolución Rusa, en 1917, y se instaure la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En efecto, el Estado centralizado y todopoderoso fue fundado por los criollos o hijos de españoles nacidos en la Real Audiencia de Quito y fundadores de lo que se llama, desde 1930, República del Ecuador. 

Debido a la desorganización e inestabilidad política que acompañó  al proceso de independencia de España y del proyecto fallido de conformar la Gran Colombia, el poder y la integración nacional de nuestro pequeño país se afirma en la autoridad del presidente; el centralismo expresa la mezcla de la tradición liberal de la separación de poderes con las tradiciones monárquicas de las elites criollas que presidieron la inauguración del Estado Nacional.

Ese Estado centralista y autoritario, engendrado y abominado por las élites, ha sido desde sus orígenes, un Estado excluyente y discriminatorio, excluía a los analfabetos y las mujeres del derecho al voto para elegir autoridades, vale decir, al 90% de la población. Recién con la revolución liberal, a principios del siglo XX, las mujeres alcanzan el derecho al voto y en la Constitución de 1979 y casi 150 años después de fundada la República se reconoce el derecho al voto de los analfabetos.

Este tipo de Estado ha sido administrado, desde su nacimiento, por los  terratenientes serranos -especialmente quiteños- en alianza o pugna con los grandes terratenientes, comerciantes y banqueros costeños -principalmente guayaquileños-. Con paréntesis de dictaduras o procesos que, o han sido auspiciadas por esas clases sociales o se han subordinado a sus intereses privados como lo fue la Revolución Juliana (1925-1931).

Estado Nacional es el punto de inicio o de instauración de las relaciones capitalistas.


De otro lado, a diferencia del proceso de conformación del Estado Nacional en Europa (punto de llegada del desarrollo de relaciones capitalistas de producción que reemplazaron a las relaciones de servidumbre y dieron al traste con el Estado monárquico), en el Ecuador, el Estado Nacional es el punto de inicio o de instauración de las relaciones capitalistas. Mientras en Europa los comerciantes e industriales crean el Estado Nacional, en Ecuador, el Estado Nacional crea a la clase empresarial. Terratenientes, comerciantes, etc. se convierten en empresarios como subproducto de la intervención del Estado a través de leyes de fomento industrial financiadas con los recursos del Petróleo. Ello le otorga al Estado ecuatoriano una característica particular: el Estado es todo.

La proliferación de funciones públicas, única fuente de empleo para millares de cuadros sin trabajo, sirve de sustituto a un  aparato de producción limitado y débil. Sin el control del aparato estatal, la oligarquía ecuatoriana no es nada económicamente: el poder político lo constituye todo para ella y en efecto, ella es capaz de todo para conservarlo”, como confirma Agustín Cueva en El Proceso de Dominación Política en el Ecuador (1988).

Sin embargo, en períodos de crisis, los empresarios ecuatorianos, hijos directos del proteccionismo estatal, adhieren instintivamente a la ideología neoliberal y al capital transnacional y abominan de su origen.

Confusión entre estatismo y socialismo

DEMOCRACIA Y REFORMAS SOCIALES

 Democracia y reformas sociales 

Fabricio 2025

La democracia, en el pensamiento liberal clásico, se presenta como el escenario de acción política, en donde los ciudadanos expresan y enfrentan propuestas políticas, en función del bien común, en un ámbito de libertad e igualdad, garantizados por el Estado.

El progresismo le caracteriza como “una permanente conquista (de derechos) cotidiana y como un orden perfectible a partir de la acción ciudadana”  vinculando el concepto al progreso económico, a la justicia social mediante reformas.


En uno y otro concepto, la democracia se vincula a las reformas sociales, bajo distintas formas:

La primera, como un juego en donde la bondad de los ciudadanos y del Estado garantizan un futuro cada vez mas justo.

En el segundo, mediante la conquista de derechos, que se puede interpretar que es el conflicto, el que permite en una dinámica gradual, la perfectibilidad de la sociedad. 


Miradas desde otro ángulos las reformas sociales, a nuestro entender, son respuestas de la burguesía a la organización y movilizaciones populares, con el propósito de neutralizar su ascenso y evitar potenciales momentos revolucionarios, que invariablemente se complementan con medidas represivas, orientadas a desestructurar la organización popular y de la izquierda revolucionria. 


En la historia del Ecuador, junto a las reformas “conquistadas” por los trabajadores con movilizaciones sociales, el gobierno ha implementado políticas de carácter represivo, como la terca realidad lo demuestra.


En la dácada de los treinta y cuarenta del siglo pasado, con la movilización de los trabajadores, fundamentalmente artesanos y la presencia de las organizaciones de izquierda, el Estado asume algunas reformas (limites en jornadas laborales, salarios mínimos, estabilidad laboral, ampliación de la cobertura de servicios de educación y salud) que, conseguido el objetivo, desmoviliza a los trabajadores; momento en que el estado emprende procesos de represión (persecución de dirigentes sindicales y de las organizaciones de izquierda, que muchos de ellos se ven obligados a salir del país, como exilados políticos) orientados a debilitar y destruir a la organización social.


En los años sesenta y setenta las movilizaciones de trabajadores y estudiantes, provocan el establecimiento de gobiernos militares, que concomitantemente con la implementación de algunas reformas sociales, se persigue a dirigentes políticos y sindicalistas de izquierda, con el propósito de siempre, destruir a la organización social e impedir  procesos de fortalecimientos de poderes alternativos y revolucionarios.